Cuando el gigante despierta,
ella, un rostro ya cansado,
se ciñe un mandil de protesta,
que no suma ni resta,
empero quisiera dormir.
Él no entiende de lisonjas,
ni de flores o presentes,
ni tampoco, y fue promesa,
de asentar un cobijo de papel.
Cuando el gigante despierta,
ella, un cuerpo añoso,
que no aprenderá ya ni urdu ni euskera,
llora, porque morirse,
para ella quisiera.
Gloria sin supervivientes.
Anmarí D’aro.
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