Meditaba cuando el timbre de casa hizo que diera un respingo. Era la tarde del veinticuatro de diciembre. No abrí. Me quité los pantuflos y con muchísimo cuidado me acerqué a la puerta. A través de la mirilla, vi a mis padres.
–¡Cabezotas!
Volvieron a tocar el timbre. Escuché que mi madre iba a telefonearme y corrí a coger el móvil y a ponerlo en silencio.
–¿Dónde estará tu hija? le decía mi madre a mi padre ,¿tú crees que es normal que quiera estar sola esta noche? Y encima no está en casa. No me coge el teléfono.
–Cariño, tu hija es una mujer responsable, vayámonos a casa y a las nueve le hacemos la videoconferencia como hemos quedado con ella y cenamos los tres igualmente juntos.
Cuando oí que el ascensor se cerraba, las lágrimas corrían por mis mejillas como nunca. Mi primera Nochebuena sola. Cogí aire tan profundamente como lo permitieron mis pulmones y traté de relajarme.
Hago bien, hago bien, me repetí una y mil veces.
Mañana tengo de nuevo turno de doce horas en el hospital.
Algún día mis padres comprenderán que, no visitarlos durante la pandemia, es el mejor regalo que puedo hacerles por Navidad. Todo el año es Navidad.
Àngels Orad