Hace días que tengo las barbas a remojo.
He llenado la despensa de paciencia,
de besos dados
y de adioses que no quiero gastar.
Oigo cerrar persianas,
romper cristales y el aire es pútrido.
La protesta indigesta de los acéfalos
pone en jaque a este maltrecho gobierno.
Son las doce de la noche.
¡Silencio!
La voluntad de la primera fila está exhausta.
Guardémonos los aplausos programados.
No los quieren.
No sirven.
Denles, azúcar y descansos,
que este otoño sabe amargo.
Sabe a flores con cita previa,
y a tonteo con la muerte
y tan solo estamos a primeros de noviembre.
Anmarí D’aro
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