Hoy tenía hambre de silencio y
de caricias sin permiso.
Hambre de enfrentarme a tu raíz.
Pero se muere mi esplendor en la espera,
y yo, sigo prisionera de las llamas.
Mis labios ya apenas te conocen.
De noche somos cuerpos que descansan,
pero de día, al sol,
me voy secando
como las vasijas de arcilla.
Y mi cueva, donde a menudo gorgoteaba espuma,
hoy posee recodos ávidos de pez.
Àngels Orad
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