Hablar con el enemigo no es fácil,
pero callar es de cobardes.
Regodearse en el rencor que arde, y enseñar esa manera de actuar a la saga,
es tan solo de inmadurez emocional, un alarde.
¡Habla, cobarde!
Habla para que yo te conozca, decía Sócrates.
De saber cómo eras no te hubiese dado cuchillo,
tan solo servilleta
y menaje infantil.
Ahora, si tu silencio es mi castigo,
porque no conoces otros recursos para lidiar la situación,
el tuyo, será mi indiferencia.
¡Qué tristeza cuando la palabra se vuelve ineficaz y este maravilloso puente no sirve como tal!
Huelga decir que entre tú y yo,
queda escrito y rubricado
un penoso punto,
un penoso punto final.
Àngels Orad
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