Cuando despierto
ya deseo que te marches,
no quiero que veas en mi cara
lágrimas ni pena.
Quiero que sientas, tan solo,
esa libertad que nunca tuviste
y que no te va a faltar.
Pero, cada mañana,
maldigo el silencio que dejas al marcharte,
y tardo en levantarme de la mesa,
porque prendo tu taza, aún caliente,
y me sabe a tus besos de café.
Cuando regresas por la tarde,
sé que podría sonreír más,
decirte que he estado distraída,
que no te he echado de menos,
podría contarte que el día ha sido bueno,
que he ido a ver el mar,
y que he empezado a poner en orden
todos nuestros proyectos.
¡Ojalá fuera tan fácil!
Pero a veces y sin quererlo
la tristeza inesperada
no nos deja pensar,
no nos deja actuar… y nos engulle,
me engulle.
Espero, con el tiempo,
no acostumbrarme a tu ausencia,
porque ahora me duele el alma cuando no estás,
pero, cuando regresas…
ese dolor se va.
Àngels Orad
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