Si entre los dos nace un descontento
la perspectiva de todo cambia,
tus ojos avanzan el resto del camino
mudos y distraídos,
y mis pasos,
que se tornan de pronto tímidos,
se detienen entre varas rosas
y pétalos caídos.
¡Bendito el perfume del almendro!, pienso,
y con una pequeña sonrisa,
le pido a Dios que, con él,
te envuelva y te persiga,
cuando veo ya feliz,
que cada uno de los pasos que das,
te devuelven por fin a este lado del camino.
Ovillado a mí y sin desaires
te oigo pronunciar un «te quiero» y esperar otro,
como esperan los campos secos
las codiciadas lluvias de abril.
Àngels Orad.
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