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Zarigüella.

Como zarigüella muerta quedo callada y quieta.
No sé si quiero escribir.
Atrás relego el pánico de arrancarle el sueño a la aurora.
Juro que intento dormir.
No lo haré.
Sé que no lo haré, al menos, ahora no.
Y te llamo sin apenas voz; no contestas, quizá no he chillado suficiente.
En la avenida cercana
un coche despistado
frena de golpe.
Es la una y siete de la madrugada, pero, a decir verdad, no me importa la hora, ni quiénes son, ni a dónde van, ni de dónde vienen esos extraños.
Te llamo de nuevo.
Dejo la persiana casi bajada, así, la persiana ofrece pespuntes sin hilo cubiertos de noche.
Sigues sin responder.
Si bajase del todo la persiana, pienso, perdería los pespuntes, y su luz. Es la única que me llega.
Pienso en ti en este momento, ¡miento!, lo hago a cada momento,
ya lo hice en el momento de antes,
y lo haré en el de después.
Hoy me pesa la noche. No contestas.
Al otro lado de la ventana, ahora, se oye al camión que recoge residuos urbanos,
yo, permanezco en este otro mientras me debato entre silencios y esperas.
Me refugio en poemas de alguien llamada Anmarí, pero, aún así, me siento sola,
increíblemente sola,
diría que nunca lo estuve tanto.
Y siento frío.
Tan sólo mis húmedas pestañas me cubren cuando intento otra vez pronunciar tu nombre, amor, y la voz, por el frío y la distancia, no me sale.
Debería escribirte una carta, es la única manera que conozco de no sentir la noche vaciada.
Cojo mi pluma. Están tocando las dos de la madrugada.

«Estimado señor:
¿Dónde se halla?,
¿qué fue de usted?»…

Juro de nuevo que intento dormir,
pero, en cambio, suspiro y recuerdo.
Arrojaría la pluma con la que escribo si dejase de dolerme todo lo que te extraño.
No dejará de doler, nunca dejará de doler.
Lo sé.
Da igual que monte en cólera o que te llame a gritos, porque no creo que me oigas cuando no quieres escuchar, y da igual que te escriba si no quieres leer.
Está habitación se vuelve grande y yo menguo como Alicia.
Estoy cansada de hacerte siempre las mismas preguntas y de no obtener respuestas.
Me conformaré con que sepas que te amo que es lo más cierto que puedo regalarte.
¿Ves?, no huyo.
No te engaño.
Son las tres, y siento que estas letras, que bailan juntas en vinagre, se vuelven almohada y mi cuerpo,por fin, se rinde.

Han desaparecido los pespuntes, son las diez de la mañana.
Al levantarme comprendo que haces todo por quedarte en mi vida.
Prometo dejar de pensar que es cobardía que te escondas en ti mismo en noches grises, ni aún cuando te vistas de silencio como ayer.
Levanto la persiana.
¿Sabes?, de madrugada, en sueños, hicimos el amor.
¿No te diste cuenta de lo felices que éramos?
De nuevo callo como zarigüella muerta y me presento al nuevo día.
Pero… ¡quiero hacer tantas cosas contigo!
Recupero mi pluma y tras lo que escribí anoche, sigo:
…»Recuerde que en verdad no estoy muerta.
Tan solo dormida y lejos.
Si algún día da con las respuestas sepa que mi puerta, para usted, siempre estuvo abierta.
Esta vida nos debe una vida juntos».

Àngels Orad.

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