Cuando muere la mañana,
la soledad, como nube negra y vacía de fe,
manifesta su presencia,
y tan solo tu recuerdo y el mío
me acompañan en la estancia.
Yo voy a por el libro con el que me agasajaste, y entornando los ojos del alma y con él apretado en mi pecho,
oigo que de él sale tu voz,
y clama: ¡vuelvo a casa!
y de sus hojas, tu cuerpo,
que me envuelve en mil abrazos,
y de nuevo tu voz, que repite:
¡descansa y calma!,
¡descansa y calma,
que…vuelvo a casa!
Orad.
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