Por lustros encadenados,
dejé que te adueñaras de mi tiempo
y de las letras de mi boca.
Consentí sin remedio
mil desaires,
risas sin tino,
y ausencias de color.
Pero aprendrí con acierto
a llenarme de besos,
a reventar grilletes
y gracias, o no, a Dios…
…a olvidarte.
Anmarí D’aro.
Deja una respuesta