En silencio maduro,
como simiente enterrada
en surco labrado, espero.
Los pinos, verdes y negros,
acunan mi alma
en esta mañana azul.
¡Ven!
Huyamos de la cotidianidad
al son de ramas y canciones.
¿Adónde vamos? A la cima.
Despidámonos del rosal y con él,
de quienes te precedieron;
diles, que aún tarde regresaremos.
Y por sendas gentiles,
transitadas por ciervos y cabras,
avanzamos, y el día, feliz, pasa.
El romero florece
y perfuma el aire,
la ciudad parece no existir.
¡Qué indiferencia desde aquí
me produce el entorno urbano!
Descendemos tras gozar la cima,
no subiré de nuevo sin ti, digo,
y dejo a la Virgen,
promesa de florecer,
que ya está llamando la primavera.
Y luego, al dormir,
como quién siente que vive otra vida:
¿Alcanzaré mi plenitud un día?
Orad
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