Tatuado en sus brazos
lleva los triunfos de un rancio ayer,
y cansado del viento y las mareas
hoy, quisiera borrarlos.
Atrás quedaron puertos,
calas, dársenas,
merenderos de letrero roto
y vocablo obsolescente.
Recuerdos luctuosos
de una pérdida anunciada
por mil veces maldecidos
y que abren carnes sin puñal.
El viejo marinero
en lucha aciaga con el tiempo
recuerda aquellos ojos
que, en las noches de tormenta,
le aguardaban tras la mar.
Llora; pregona el abandono
de una lucha sin cuartel,
nadie ampara su llegada
y sigue anclado en el pasado
donde, infiel, eligió
a la amante equivocada.
Vive y pena,
pena y sueña
y encalla su barco en las penas,
donde mueren los cobardes,
lejos de la mar y de la arena.
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