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HALLOWEEN.

-Marián, ¿podrías quedarte con tu sobrina?, trabajo esta noche.
Por supuesto le contesté a mi hermana.
Lo que no dijo fue que cuando llegase , mi sobrina estaría disfrazada de bruja y con una cesta en forma de calabaza con la que pasearnos y llamar a cada puerta para pedir chucherías.
¡Qué horror! -pensé.
Cenamos. Dejé que la niña me disfrazase también de bruja. Estábamos preparadas para emprender la odisea pedigueña.
Con el ascensor subimos al octavo.
-¡Hola!, ¿truco o trato?-dijo la niña cuando abrió la primera vecina.
La señora, amable le dio cinco o seis gominolas.
Enfrente no contestó nadie. Seguimos.
Segundo, primero…
En la última puerta, con la calabaza repleta, tocamos el timbre. La puerta se abrió sola.
-Tía, ¿entramos?
-¡Holaaaa! -dije.
Al fondo oímos una voz, metí la cabeza y sin poder evitarlo me agarraron del cuello y me empujaron hacia dentro junto con la niña.
¡Tía, tía! tengo miedo.
-Tranquila.
La abracé.
A oscuras, seguían empujándonos hacia el interior.
Una voz horripilante rezaba.
-Todos los años la misma mierda, timbres sonando sin parar, ruidos por las escaleras, niños chillando, ¡qué harta estoy!
-Tía, me quiero ir.
-¿Oiga? Escuche, nosotras no hemos chillado por las escaleras.
-¡Que os calléis! -gritó la voz del ser que nos llevaba a trompicones.
Se detuvo. Al abrir la puerta de una habitación que tenía encendida en su interior una luz mortecina, pero suficiente, la pudimos ver. Chillamos de terror. Su rostro y manos estaban llenas de sangre, lo que nos hizo presagiar un funesto desenlace para nosotras.
-¡Entrad!
La habitación era una especie de aula de colegio. A cada lado de la habitación, dos hileras de pupitres, percheros, papeleras e incluso había una pizarra y otra puerta.
Varios lacayos vestidos de negro vigilaban. De malos modos nos indicaron el lugar donde sentarnos.
Ateridas y nerviosas solo pudimos obedecer, y quedarnos abrazadas hasta que dicha puerta chirrió; por ella debutaron, entre lloros y gemidos, varios niños de la edad de mi sobrina con sus respectivos acompañantes. Lledó se acercó a mi oído y me dijo quién era cada niño y dónde vivían, también me dijo que no veía a ningún padre. No les habrían podido acompañar, pensé. Todos eran de la misma urbanización.
Cuando la esperpéntica mujer gritó silencio, logró que los niños dejaran de llorar de golpe.
-¿Os parece bonito, quebrantar el descanso de una pobre anciana?
Los niños volvieron a chillar.
-No quiero oíros, malditos mequetrefes y a vuestros acompañantes les será mejor callar también. ¡Sigo!
Cada año la misma murga, ¿verdad? ¿Os encanta dar miedo?¿Es cierto?
Se escucho por altavoz una espeluznante carcajada
y todos nos sumimos en gritos y sollozos.
-Si tanto os gusta Halloween, aquí tenéis dulces. Ja, ja, ja. No imagináis la ilusión que me ha hecho prepararos esta inolvidable fiesta.
Encendieron las luces y el espantajo se quitó el difraz.
-Mamá -gritó Lledó asombrada.

Anmarí D’aro.

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