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Pronto todo esto será un recuerdo.

Qué ridículo quedarse ciega y sordo-muda, como la mujer de la canción de Shakira, por no prestar atención; si hubiera dado un vistazo al «vacía bolsillos» le hubiese bastado para darse cuenta de que no estaba sola; la bandeja, donde normalmente depositaba el móvil junto a las llaves tras acceder a su apartamento, no estaba en el lugar de siempre y ella, tan meticulosa como densa, pasó por alto ese detalle.
Fue lenta, muy lenta a su habitación, se despojó de sus vestimentas, puso música, demasiado alta tal vez para no darse cuenta de que la observaban.
Mientras ocurría esto, una rea, que respiraba aire vetado, se preparaba para pedir perdón amparada en la soledad de aquel apartamento. Cristina, gozaba de la misma soledad desde que una mañana, a su pareja, la detuviera la policía.
Ya en la cocina, Cristina, se sirvió una copa; dos piezas de hielo y una buena cuenta al vermú, la llevaron bailando al cuarto de baño. Llenó la bañera, el volumen de la música seguía estando desagradablemente alto, a cada trago sus muecas y ademanes iban rozando lo esperpéntico.
Nadie, ni ella misma, se podía esperar que la música cejara en cuanto se introdujera en la bañera. Cristina pensó que el cd habría saltado, y no le dio importancia. No lo hizo hasta que la música sonó de nuevo.
«¡Esa canción…! No, Dios mío, no puede ser, está presa…» pensó Cris.
La situación pintaba mal. De estar allí quien sospechaba y por la manera de terminar aquella relación, sabía que podía salir muy perjudicada.
—Sé que estás ahí, no sé cómo no me he dado cuenta antes, ¡Haz el favor de salir! — reclamó la dueña del apartamento.
Laura se dejó ver, estaba cabreada, enloquecida; se situó frente a Cristina. En su rostro no había atisbo de templanza. En su mano, allí de pie, llevaba el discman que tres años antes ella misma le había regalado.
—¿Se acabó tu condena? No… no… sabía nada.
—¿Cómo has entrado? —inquirió Cristina.
—Demasiadas preguntas, querida —replicó Laura—. La verdad es que vine con ganas de contarte… tanto…
—¡Pues hazlo! —se oyó desde el agua.
—¡Calla! Eres una mentirosa, cruel y despiadada mentirosa.
—Laura, verás…
—Te he dicho que calles, yo lo hice durante ocho años, ocho años de aguantarte, ocho años diciéndome como debía comportarme, qué cubiertos debía usar, qué ropa ponerme, ¿Sigo?.
—¡Laura!
—¡Calla!; me decías que no sabía expresarme, convenciste a todo el mundo de que tú eras lo mejor que me podía pasar; la señorita rica, guapa, empresaria, sofisticada e independiente se encaprichó de la bastorra del grupo, ojalá pudiera borrar ese día.
—Sabes que ya me gustabas cuando íbamos al colegio —dijo Cristina para calmarla viendo que sus ojos se iban tiñendo de rojo y su gesto de disgusto empeoraba.
—Si oigo una palabra más de tu boca, tú, no lo harás más de la mía.
Cristina empezó a temblar, el agua, regada con unas sales aromáticas de la marca Chancel, ¡cómo no!, quedó fría por la dilación.
—¿Tiembla la princesita?
Cristina miró fijamente a Laura pero no osó contestar de viva voz, asintió tan solo con la cabeza.
—Un año, un año de terapia he hecho para asimilar que no debí chillarte, ni siquiera darte aquel pequeño empujón, aunque tengo claro, ahora lo sé, que me provocaste, lo único que querías era quedarte sola.
Cristina, con los labios ya morados por la gelidez del agua, negaba con la cabeza.
—No tengo ganas de seguir alargando esto, la casa y las normas eran tuyas, yo, tan solo te amaba; hoy vine a pedirte perdón, porqué quizá tenías razón en algunas cosas, pero recuerda que siempre acabábamos discutiendo por el volumen alto de mi música, y recuerdo, que jamás la escuché como tú hace apenas unos minutos. ¿Qué dijiste que padecías, hiperacusia, no? ¡Falsa!, si ello fuera cierto no hubieses puesto la música a tope, cabrona. Tan falso tu amor como tu enfermedad.
—Necesito salir del agua, me duele todo el cuerpo.
Sonrió, Cristina sonrió como quien sabe que no va a conceder aquello que le suplican, no porque no pueda hacerlo, sino por desdén.
—La princesita no va a salir del agua, es más, va a permanecer en ella escuchando la música tan alta como yo quiera; también yo pasé frío en la prisión y calor no deseado, así que no quiero que rechistes, deja de hablar, no quiero volver a oírte.
Laura accionó el play del discman tras haberlo conectado al enchufe más próximo a la bañera. Cristina, la miraba aterrorizada, no podía mover las piernas. Veía las intenciones de Laura de lanzar el reproductor al agua y electrocutarla.
Sonaba Show yourself de Mastodon, Laura tarareaba:
—»Soon this will all be a distant memory…»(«Pronto todo esto será un recuerdo»).
Sin que Cristina se diese mucha cuenta, debido al aturdimiento por el frío, Laura, accionó el intertuptor y apagó la luz e inmediatamente sonó un estrepitoso grito.
—Noooooooo.
¡Ring, ring!
Laura salió al salón, sonaba un móvil, reconoció la melodía, «Love of my live» de Queen.
Por un momento la canción la conectó con el pasado, «Amor de mi vida me heriste. Me has destrozado el corazón y ahora me dejas. Amor de mi vida…».
Así se sentía ella, destrozada, como tras la última discusión en la que llegó a las manos con Cristina; aquella, en la policía la detuvo.
¡Ring, ring!
Esta segunda llamada la devolvió a la realidad, descolgó sin mirar de quien era.
—¿Cristina?
—No —respondió Laura con un cortante monosílabo.
—Y ¿quién eres?
—Soy…
Se hizo un breve silencio.
—Hola… ¿Dónde está Cris?, ¿Quién eres?; dile que soy su madre y que en diez minutos estoy ahí, que procure estar arreglada o no llegaremos dentro del horario de visita a Villena.
La madre de Cristina con su inconfundible incontinencia verbal como siempre, habló más de la cuenta.
—Está en el baño, ahora mismo se lo digo. ¿A Villena?
—Si, a Villena, pero bueno eres…Elena?
—Sí, sí, soy yo, Paqui —Laura mintió haciéndose pasar por una vieja amiga de ambas del colegio.
—Ahora mismo se lo digo.
—Me dijo Cristina que igual nos acompañabas, pero tu voz esta tomada, ¿Estás resfriada hija? ¿Estás bien?.
—Un poco resfriada, Paqui. Nada que no cure la cama y calditos. Tranquila.
—Bueno en nada estoy ahí, si vienes con nosotras a Villena, luego te llevamos a casa.
—A Villena seguro que voy. Hablamos cuando vengas. A casa no hará falta, seguro.
Laura entró en el baño encendiendo la luz.
—¡Cristina! ¡Cristina!
El cuerpo de su antigua pareja yacía sin vida con la cabeza recostada hacia atrás; con bastante torpeza la sacó de la bañera y tendida en el suelo del cuarto de baño se agotó intentando reanimarla.
Sonó el timbre a la par que se abría la puerta del apartamento.
—Cristina, Elena, ¿Dónde estáis?.
Paqui tenía la costumbre de entrar como Pedro por su casa pese a las recriminaciones de su hija.
Laura, desconsolada, porque su osadía le había jugado una mala pasada, se encontraba sentada en el suelo con el cuerpo de Cristina entre sus brazos, acariciándole los cabellos mientras lloraba pidiendo perdón. La madre de la malograda Cristina fue a dar con el lugar de la tragedia llevada por los sollozos. Un grito desgarrador alertó a los vecinos que llamaron a la policía al ver que nadie abría la puerta.
—¿Qué has hecho, Laura? Mi pobre hija…
—Aún no lo sé Paqui, yo, tan solo quise asustarla, ella me hizo mucho daño con sus falsas acusaciones; el día que me detuvo la policía tan solo le di un empujón, pero fue para defenderme como la mayoría de las veces, de sus maltratos, Cristina era quien me pegaba cada vez que sentía celos, la música sonaba demasiado alta o se me olvidaba comprar algo.
—Aún así, Laura, ¿Por qué?.
Laura explicó a Paqui que la asustó haciéndole ver que iba a lanzarle el discman dentro de la bañera estando enchufado a la red, pero que al apagar la luz quitó el cable y solo tiró el aparato.
—Qué pena tan grande, Laura. Hoy mismo Cristina ha quitado la denuncia contra ti, porque sabía que obró mal, por eso íbamos esta tarde a Villena, a verte a la prisión y pedirte disculpas y que con el tiempo llegaras a perdonarla.
Se oían las sirenas aproximarse.
—Ahora, ya es tarde para las dos.

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