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Cercén

Tajé mis orejas a cercén
para no oír más estupideces,
y abriendo mis brazos
para darte cobijo,
se instalaron en mí
recuerdos pasados
de seres que amé
y pronto se fueron.

Hoy, triste y en silencio,

enjugo el torrente
que forman tus lágrimas
y le pido al Señor
que te dé como a mí,
a diario consuelo.

Que llene de esperanza,
el vacío hoy presente,
y haga florecer con el tiempo
un hermoso recuerdo
del tiempo vivido.

Anmarí D’aro.

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